Nuestro ayuntamiento, el de Burgos, ha decidido elaborar un calendario regulador de las carreras. Es cierto que su número ha crecido de manera exponencial en los últimos años, pero no veo la necesidad. De regular, se entiende.
En primer lugar, tengo que confesar que soy contrario a ese afán de los poderes públicos por inmiscuirse en asuntos que no son de su competencia, y que termina por generar problemas donde no existían previamente. Es cierto que una carrera utiliza un espacio público, y en muchas ocasiones precisa de la colaboración de la Policía Municipal, y de otras entidades. También que hay fines de semana en el que se disputan dos o tres carreras ¿y qué? ¿dónde está el problema? La ley de la selección natural -que es muchísimo más poderosa que la multitud de las chorramingoladas en las que nos enfangamos los homínidos- hará desaparecer aquellas pruebas que no sumen apoyos suficientes. Pero eso de la autorización previa me suena demasiado rancio.
Porque la solución de nuestros munícipes, me parece un pelín cuestionable. Se tratará de que antes de que finalice noviembre, los diferentes organizadores presenten sus solicitudes y, acorde a un criterio muy discutible, se autoricen unas propuestas... y otras no. Me parece un nivel de exigencia excesivo en lo referente a la previsión organizativa, máxime cuando viene de unos políticos que nos sorprenden con ocurrencias de hoy para mañana. No pondré ejemplos porque están en la mente de todos. Y vamos a lo de los criterios.
Las pruebas con finalidades solidarias tendrán prioridad sobre el resto. Y yo me pregunto el porqué. No es que esté en contra de la solidaridad, ni muchísimo menos. Pero creo que estamos confundiendo el culo con las cuatro témporas. Porque siguiendo ese parámetro, una multinacional que facture chorrocientos millones dañando nuestro medio ambiente y que quiera mejorar su imagen pública organizando una carrera a favor del cangrejo autóctono, tendrá prioridad sobre un pequeño club local que destine los cuatro euros que gane con su carrera a pagarse sus equipaciones. Pues va a ser que no estoy muy de acuerdo.
Otro criterio: la limitación en el uso de la vía pública. Bien... o no. Porque no veo la razón para apartar a los atletas del centro de una ciudad tan hermosa como es Burgos. Ni que fuesen apestados. Y a quién diga que es un trastorno cortar las calles un domingo por la mañana, le preguntaría por las ventajas de los botellones nocturnos o por la circulación alocada de algunos ciclistas por el espacio que siempre fue propio de los peatones. La calle es de todos, pero no alcanzo a comprender la motivación que lleva a limitar su uso a quienes la embellecen con su esfuerzo.
De lo anterior, puede deducirse que no soy muy favorable a estas regulaciones. Pero es que, a este paso, terminaremos haciendo un calendario de manifestaciones, y la verdad, no sé con que me sorprenderán mis gobernantes de aquí a unos meses, así que no puedo adelantarles mis cabreos futuros.
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