Éste es un blog de fotos en estado agónico, y éste es un post de texto puro sin aditamentos... amigo, las reglas están para ser incumplidas. Y he decidido compartir acá mis sentimientos, porque ha sido con el atletismo, viendo a mis hijas, a sus rivales, a sus entrenadores y a otros padres y madres como yo, como aprendí unos valores que me han servido en estos tiempos de zozobra.
A mediados de marzo, todos tuvimos que confinarnos en nuestras casas. Mi hija Ana se vio obligada a retornar de su Erasmus en Manheim, Alemania; mi hija María, redobló sus esfuerzos como enfermera en periodo de formación, en Barcelona; mi esposa, Marián, ha sufrido el latigazo en su negocio de apoyo escolar que ella espera que en breve cumpla veinticinco años; mi hermano, en tierras argentinas, capeando el temporal, y yo he visto como... "suspendían mi actividad" en los dos proyectos que me daban de comer en ese momento. Es lo que hay. No me he quejado ni un instante. Ellas, tampoco.
Pero gracias a que en su día vi como mis hijas se levantaban de una caída, o completaban un cross con una sola zapatilla -y a algunas otras cosas que me reservo para mí- decidí que había que afrontar esta situación con el mejor ánimo posible.
Este confinamiento de los demonios me ha servido para ordenar una oficina que acumulaba mierda de diez años, para romper una bicicleta elíptica -con la ayuda de Ana y de Marián- y para arreglarla con rapidez, para redoblar mis paseos diarios, para aprender nuevas recetas de cocina, para ver Juego de Tronos y The Wire, para estudiar inglés... para recuperar el contacto con viejos amigos, porque uno ya tiene su edad.
Aplaudí el primer día de la vaina, y "aluego" me retiré a mis cuarteles de invierno. He puesto al gobierno a parir, pero lo de las caceroladas, pues... que no me sale. Me he indignado como aquel muchacho que fui, pero creo que sabido mantener la cabeza fría como ese postadulto que soy.
Y ahorita, que creo que todo empieza a volver a funcionar, quiero decir alto y claro que en estos dos meses y medio, he vivido.
No he sido el mejor, ni el más valiente, ni he adivinado el futuro, ni la tendencia de la curva, ni descubierto soluciones para nada. Ni me importa lo más mínimo. Simplemente, he vivido, y no he permitido que nada ni nadie me robase ese privilegio.
Esa tontería, la he aprendido en los cincuenta y cuatro años de calendario que me contemplan. Y una parte importante de la lección, no la recibí en un pupitre, la aprendí en los páramos de esta España nuestra animando a atletas que se esforzaban para completar su carrera, con toda la dignidad imaginable, mientras oían por la megafonía que ya se estaban dando las medallas a quienes habían cruzado la meta.
Ahora, retomo mi trabajo. Viajaré al Ecuador para finalizar ese proyecto que inicié hace cuatro años y sobre el que me siento moderadamente orgulloso. Cuando sea preciso, iré a Perú, por la misma razón. Le diré al virus -con todas las protecciones necesarias- aquí estoy, yo no te derrotaré, pero tú... tú, no me obligarás a renunciar a mis principios.
Buena reflexión para afrontar con nuevos bríos el futuro cercano.
ResponderEliminarGracias, amigo Tomy, por tu aportación ;-)
ResponderEliminarQue bien te lo pasas!
ResponderEliminarÓscar, al menos, tenemos que intentarlo.
ResponderEliminarGracias por compartirlo!!! De esta solo salimos caminando hacia adelante!!!
ResponderEliminarAtte. Miguel Almeida
EliminarGracias, Miguel, por pasarte un ratito por acá, y por dejar tu huella.
EliminarRecomiendo leer un poema de, A.KIPLING.
ResponderEliminarQue convendría leer varias veces en la vida, titulado; Poema del hombre.
No conozco ese poema. Intuyo que te refieres al famoso "If" de Kipling, que termina con el verso:
EliminarAnd -which is more- you´ll be a Man, my son!
que podríamos traducir como:
Y mucho más, serás hombre, hijo mío.